Cap. 01

Que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentira, que no te den la razón los espejos, que te aproveche mirar lo que miras. Que no se ocupe de ti el desamparo, que cada cena sea tu última cena, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena.
Joaquín Sabina

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Hace ahora seis meses que Carolina Lavanne entró sorpresivamente en la vida de mi amiga Vanesa Expósito. Demasiadas cosas han cambiado. En realidad, más que eso. Vanesa intuye que nada volverá a ser como antes.  No sabe cómo podrá recomponer su vida anterior.  Ni si quiere hacerlo.

Hace poco, el profesor de Filosofía le hizo ver una película de cuando su abuela. No se enteró de mucho, pero salía un tipo rubio con un aire a Jesucristo que, agonizando, soltaba una parrafada que le pareció alucinante. Al llegar a casa de la Yesi buscó la frase en internet: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. El tipo rubio de la peli se llamaba Roy y era una especie de robot. A veces piensa que ella también. Quizá Roy también había nacido en un barrio.

Copió la frase con el indeleble en la tapa de su cuaderno. Según la vio el profe, mejoraron sus notas. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Con la cara de fumado que se le pone con esas películas de las que nadie en su instituto ha oído hablar.

Ella también ha visto cosas maravillosas. Vive en el mundo exterior, también más allá de Orión, concretamente en el barrio de Añaza. Casi mejor, en el Planeta Añaza.

Vanessa Expósito intuye que es una chica lista. Incluso bastante lista. Y tiene razón. No sabe si debería decirlo, pero empieza a pensar que su madre no lo es tanto. A veces parece que ella es la adulta y su madre, la adolescente. Al fin y al cabo, sólo le faltan los granos, los tarros de esmalte de uñas ya los lleva en el bolso y tiene un medio novio medio gilipollas.

El que simplemente se pasa de listo es su hermano Jonathan. Tiene trece años y siempre la está buscando. Aunque buscar, buscar, lo que mejor busca son problemas. Lleva tres meses en libertad vigilada desde que le cogieron con una moto robada. Él dice que se la prestó el Pelos y que no sabía nada, pero Vanessa no se lo traga y la fiscalía menos, claro.

Tiene su orgullo, que despertó gracias a doña Candelaria, la maestra que le dio clase en tercero y cuarto de primaria. Doña Candelaria se empeñó en que tenía que aprovechar lo que siempre llamaba ese-don-maravilloso. Con media sonrisa recordaba que, cosas de niños, ese asunto la tenía intranquila. El don maravilloso le sonaba a viejo verde, tanta era la matraca que le daba su madre con lo de no fiarse de los hombres mayores. Ya podría tenerlo ella, que vaya loba está hecha últimamente. Le tranquilizó mucho entenderlo.

¿Un don? Yo no estoy tan segura. Pero tenlo claro, ella cree que esto es lo único que el destino le ha dado, y piensa aprovecharlo. Por la vieja que sí.

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