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Conoció a Hugo en el Castillo Negro. Le llevó su tiempo entender que por eso, por negro, los Emos y los Gótikos se reunen allí. Si es que, tan lista para unas cosas y…
El Castillo Negro ocupa una plaza junto al mar en las afueras de Santa Cruz. Poco frecuentado durante la semana, cuando llega el finde se transforma en lugar de aquelarre para diferentes tribus. Es fácil ver porros y botellón, incluso en horas de matiné.
Ese sábado estában allí a las cinco y media de la tarde, con el sol derritiéndoles el maquillaje que la Yesi había mangado en el Continente. Cuando sale con ella, quedan pronto para que les cunda, porque a las nueve tiene que estar en casa. Si la abuela de Yesika supiera todo lo que le da tiempo de hacer hasta esa hora quizás controlaría otras cosas mejor que sus horarios.
Vanesa no tiene problema con las hora de llegada, su madre hace tiempo que tiró también esa toalla. Sobre todo desde que ya no puede controlar a su pequeño tirano, el Jonathan.
Se acercaron dónde estaba Hugo sin ningún disimulo. No lo conocían de nada. El paso lo marcaba Yesi, que había decidido que le gustaba el chico moreno, fuerte y con carita de no ser de fiar que se sentaba junto a Hugo. La Yesi es así, parece que no pierde ocasión de arrimarse al más trasto. Si hay un matado en el horizonte, es para ella. Cuando se le mete algo en el moño no descansa hasta que lo consigue. Luego sólo tarda un par de minutos en aburrirse.
— ¿Tienen fuego? —preguntó Yesi— Lo hizo sin dirigirse a nadie en concreto, pero con esa convicción tan típicamente adolescente de que su destinatario lo sabría de inmediato.
Eran tres pibes raritos, sin poderío alguno diría yo. Ninguno contestaba. El pasmado al que se dirigía había elegido hacerse de rogar, es lo que tienen los guapos. Error. Para cuando se dio cuenta de que la Yesi había decidido ignorarlo, ya era tarde.
—Me abro —así de escueta es la Yesi— Y ya estaba dándose la vuelta sobre sus tacones.
—¿Y tú, cómo te llamas? —Vanesa se giró, el timbre de aquella voz pausada y cálida no le cuadraba con el pasmado.
—Yésika —contestó dispuesta a darles una segunda oportunidad —
—Ya —dijo sin siquiera mirarla— Disculpa, me refería a ti —continuó sin quitarle ojo a Vanesa— ¿Cómo te llamas?
Por supuesto la Yesi no iba a callarse. Había decidido que aquel era su plan, así que contestó por su amiga. Cuando Vanesa se dio cuenta de lo que iba a hacer intentó detenerla, pero no llegó a tiempo.
—Ella es la Vane.
A veces, sorprende lo rápido que puede volar su mente. Me sorprende y me gusta, a qué negarlo.
—Lavanne, Carolina Lavanne –se presentó- Con doble ene.
Yesi arrugó el entrecejo, parecía que mismamente estaba viendo a roi en la famosa puerta de taujausen. Pero no dijo nada. Qué discreta -pensó Vanesa- Lástima que no use esa cabeza para estudiar.
Aún hoy no sabe porqué le mintió. Sabía que era la peor manera de comenzar una relación, pero aquel pibe le había cortocircuitado el corazón aún antes de que hablara, siquiera antes de que la mirara. Cuando sólo era una figura delgada y anónima sentada al lado del último ligue de la Yesi ya le pareció que tenía algo, tenía… su cosita, tenía… estilo.
Para su asombro, el gesto de sorpresa de su amiga Yésika había pasado desapercibido a los pibes. No perdió la oportunidad de rematar la faena.
—Lavanne, … sí. Mi padre es… italiano y todos me conocen por el apellido.
—Bien, Carolina Lavanne con doble ene, encantado de conocerte. Yo soy Hugo López de Acero.
—¿Dijiste Hugo? —al momento se arrepintió, pues estaba claro que había dicho Hugo… ¿estaba boba o qué?
—Hugo —asintió con su temible sonrisa destornillador, de esas que te desarman—
Sé que, al final, circularon otras versiones, pero esta es la verdadera historia de cómo fue precipitadamente gestada y abruptamente parida al mundo Carolina Lavanne. Cómo creció, si se reprodujo y finalmente murió, como todos los animalitos, no voy a revelártelo aún. Pero nadie podrá decir que no hizo todo lo necesario para que ocurriera.